A esta altura del año se multiplica la exposición de personas a situaciones que atentan contra su propia calidad de vida, y una de ellas es la contaminación sonora. En efecto, la finalización de clases, y las fiestas que siguen, hacen que un alto porcentaje -sobre todo de niños y jóvenes- agrave su relación con niveles de ruido que muchas veces sobrepasan los límites saludables.
Durante el año, escuchar música a altos niveles sonoros, por el uso indiscriminado de iPod, MP4 o discman, o por la concurrencia habitual a ruidosas discotecas, expone cada vez más a los chicos a probables pérdidas auditivas. Y a esto hay que sumarle en diciembre la tradicional pirotecnia, peligrosa también para los oídos por el grado de estruendo que genera.
Los especialistas sostienen que el riesgo de sufrir daños auditivos en este tipo de situaciones es grande y que los jóvenes de entre 16 a 25 años son los más expuestos a la contaminación sonora. Los formoseños no estamos, lamentablemente, ajenos a esta realidad.
Esto hace necesaria la puesta en práctica de acciones de conservación y promoción de la salud auditiva adolescente, fundamentalmente, tendientes a llamar la atención de los padres y de los educadores, en primer término, pero también de todos quienes tengan algún grado de responsabilidad con respecto a la población más joven sobre el alto riesgo en el que ésta se encuentra.
Por estudios realizados en otras provincias se sospecha que un tercio de los adolescentes está expuesto a niveles dañinos de ruido, pero no está en condiciones de comprender la gravedad del caso. Por el contrario, la mayoría de las actividades de recreación juveniles se desarrollan en ambientes con altos niveles sonoros. Los responsables no son ya sólo los lugares donde se baila o los recitales, o el hecho de tocar instrumentos musicales de gran potencia sonora como la batería; en la era de la tecnología digital, los MP3, MP4, etc. reivindican su protagonismo y ya hay algunos especialistas que empiezan a hablar de la “sordera del iPod”. Con estos dispositivos se puede subir el volumen hasta los 100 decibeles (dB), el equivalente al ruido de un avión al despegar, sin que el sonido se distorsione. Pero los 85 dB son el límite entre la exposición “peligrosa” y “no peligrosa” a ruido continuo. Sería interesante conocer qué valores manejan las discotecas de nuestra ciudad, teniendo en cuenta que en otros lugares se han llegado a registrar picos de hasta 119 dB.
Probablemente resulte difícil convencer a nuestros jóvenes de que estas actividades a las que dedican tantas horas de su vida son ruinosas para su salud auditiva Y decimos que es difícil porque la sociedad argentina suele vivir en ambientes -deportivos, políticos, gremiales y hasta religiosos- donde la estridencia manda, porque gritar rinde más beneficios que sentarse a dialogar.
Sin embargo, no se puede dilatar mucho más el comienzo de campañas públicas para promover la prevención temprana de los posibles daños auditivos entre niños y jóvenes. Es un deber indelegable del Estado. Pero el resto de la sociedad no puede soslayar su propio compromiso.
*FUENTE: Editorial Diario La Mañana (Formosa) – 07/12/2008
Durante el año, escuchar música a altos niveles sonoros, por el uso indiscriminado de iPod, MP4 o discman, o por la concurrencia habitual a ruidosas discotecas, expone cada vez más a los chicos a probables pérdidas auditivas. Y a esto hay que sumarle en diciembre la tradicional pirotecnia, peligrosa también para los oídos por el grado de estruendo que genera.
Los especialistas sostienen que el riesgo de sufrir daños auditivos en este tipo de situaciones es grande y que los jóvenes de entre 16 a 25 años son los más expuestos a la contaminación sonora. Los formoseños no estamos, lamentablemente, ajenos a esta realidad.
Esto hace necesaria la puesta en práctica de acciones de conservación y promoción de la salud auditiva adolescente, fundamentalmente, tendientes a llamar la atención de los padres y de los educadores, en primer término, pero también de todos quienes tengan algún grado de responsabilidad con respecto a la población más joven sobre el alto riesgo en el que ésta se encuentra.
Por estudios realizados en otras provincias se sospecha que un tercio de los adolescentes está expuesto a niveles dañinos de ruido, pero no está en condiciones de comprender la gravedad del caso. Por el contrario, la mayoría de las actividades de recreación juveniles se desarrollan en ambientes con altos niveles sonoros. Los responsables no son ya sólo los lugares donde se baila o los recitales, o el hecho de tocar instrumentos musicales de gran potencia sonora como la batería; en la era de la tecnología digital, los MP3, MP4, etc. reivindican su protagonismo y ya hay algunos especialistas que empiezan a hablar de la “sordera del iPod”. Con estos dispositivos se puede subir el volumen hasta los 100 decibeles (dB), el equivalente al ruido de un avión al despegar, sin que el sonido se distorsione. Pero los 85 dB son el límite entre la exposición “peligrosa” y “no peligrosa” a ruido continuo. Sería interesante conocer qué valores manejan las discotecas de nuestra ciudad, teniendo en cuenta que en otros lugares se han llegado a registrar picos de hasta 119 dB.
Probablemente resulte difícil convencer a nuestros jóvenes de que estas actividades a las que dedican tantas horas de su vida son ruinosas para su salud auditiva Y decimos que es difícil porque la sociedad argentina suele vivir en ambientes -deportivos, políticos, gremiales y hasta religiosos- donde la estridencia manda, porque gritar rinde más beneficios que sentarse a dialogar.
Sin embargo, no se puede dilatar mucho más el comienzo de campañas públicas para promover la prevención temprana de los posibles daños auditivos entre niños y jóvenes. Es un deber indelegable del Estado. Pero el resto de la sociedad no puede soslayar su propio compromiso.
*FUENTE: Editorial Diario La Mañana (Formosa) – 07/12/2008