Por Walter Edgardo Eckart
Es una lástima. En Argentina y en la provincia, parece repetirse una y otra vez un mismo “paradigma” a la hora de abordar algunos males sociales como, en este caso, el de la inseguridad.
Este paradigma, aparentemente, funciona así: Se parte “del hecho” de que un determinado mal ha estado “desde siempre” y que, en todo caso, se encuentra “un poco” más arriba de la “media nacional”.
Luego, como se producen hechos de mayor gravedad, estos son reflejados en estadísticas comparativas; y entendidos por el gobierno y la sociedad como un “fenómeno” preocupante pero sobre el cual "se tiene control" o se "está trabajando en ello...".
Después pasa algo de tal gravedad que copta el máximo grado de atención, tanto de la opinión pública como de la prensa y, en algunos casos, también del gobierno y la oposición. Aquí, todos reaccionan inmediatamente, haciendo o “prometiendo” llegar hasta las “últimas consecuencias”; y manifestando la necesidad de una “política integral”, con métodos efectivos de prevención.
La inseguridad (y algunos de sus mejores socios –la impunidad, la droga, y la miseria, entre otros-), en todas sus vertientes, modalidades y niveles, ha recorrido este camino. En el país y en la provincia.
Hace unos cuantos meses, Jorge Alcántara, ex ministro de Gobierno, Justicia, Seguridad y Trabajo, (hoy sustituido de hecho por el Ing. Peppo), prácticamente fijó la posición del gobierno provincial, al decir que la inseguridad era, cuando más, sólo una “sensación”, y que la evolución de los índices eran favorables, en el sentido de que se tenían elementos suficientes para controlarla, y que la fuerza policial sería dotada de lo necesario para cumplir con su misión....
La realidad concreta, de público conocimiento por la propia difusión de los medios, muestra otra cosa: más allá de cualquier índice oficial (o incluso privado o pseudo privado), estos son desmentidos no por lo que la gente “cree percibir”, sino por lo que la gente “ realmente padece”: colectiveros y remiseros que temen, (y a veces no se animan), a entrar en un determinado barrio; trabajadores (en muchos casos de la administración pública), que son robados o pegados cuando salen a sus trabajos por las mañanas; gente que es asaltada a la salida de un banco, jóvenes y adultos que en un semáforo pierden, a punta de pistola, su bicicleta o su moto; comerciantes hartos de padecer reiterados atracos, con riesgo de vida de su familia y de su personal; arrebatadores oportunistas (cuyos actos son catalogados a veces como “delitos menores”, sin entender –en todo caso- que en ellos se está gestando el delito “mayor”); ancianos, que se las ingenian para colocar entre sus ropas íntimas la magra jubilación que acaban de cobrar; grupos de vecinos que se levantan a la madrugada alertados por otro que acaba de avisar que alguien está caminando por su techo; etc, etc.
Muchos meses han pasado desde aquella conferencia de prensa de Alcántara, donde todo “estaba” o “iba” a estar un poco mejor. La impresión es otra, porque la escalada de violencia ya no se conforma sólo con el robo (lo cual ya es grave y sucede todos los días). Ahora parece que se va por más. Se va por la sangre misma de las personas, haciéndose más notoria la desvalorización de la vida.
El muy lamentable caso del asesinato de Andrea Rodríguez, la jovencita de apenas 16 años, que encontró la muerte (probablemente por casualidad), tras una fiesta de recepción, parece haber sacudido a la opinión pública y al gobierno, en lo referente a la inseguridad. Pero al mismo tiempo es un signo del avance de la violencia.
Que la Cúpula Policial se haya reunido con la Dirigencia de la Cámara de Comercio, suena lindo y conquista. Yo mismo soy comerciante y he padecido 10 robos en 9 años (los dos últimos atroces, por cierto).
Pero es obvio que llamar a un número telefónico para informar de sospechas o hecho delictivos consumados, o recibir recomendaciones sobre cómo tener especial cuidado al ir al banco, no dejar demasiado dinero o valores en la caja, etc; no es sólo más que un “parche”.
Surgen tantas preguntas que resultaría abrumador intentar responderlas. En lo personal, me quedaría sólo con una: ¿Sería tan descabellado que el Ejecutivo (a través del cuerpo técnico que corresponda), diagrame un Proyecto de Ley Integral; que vaya a la Cámara; que sea tratado; que de dicho tratamiento se sancione no sólo una ley de “penas al criminal”, sino un plan estratégico y preventivo; y donde los legisladores anticipen su buena disposición a votar “favorablemente” un presupuesto anual que incremente la partida de recursos para asegurar la seguridad; y que consecuentemente, con el consenso de todas las fuerzas políticas, finalmente se active algo real, objetivo y eficaz, contra el horror de vivir con el corazón en la boca...?
Algunos me dijeron: esto nunca va a pasar... y tal vez estén en lo cierto, lamentablemente. De todas maneras una cosa parece clara: ni el oficialismo ni la oposición pueden mirar para otro lado...y si lo hacen....si miran pero no ven... todo indicaría que es realmente poco lo que les importa de la vida concreta de la gente y –seguramente- alguna vez, el dictamen de la historia se los sabrá reprochar.
Es una lástima. En Argentina y en la provincia, parece repetirse una y otra vez un mismo “paradigma” a la hora de abordar algunos males sociales como, en este caso, el de la inseguridad.
Este paradigma, aparentemente, funciona así: Se parte “del hecho” de que un determinado mal ha estado “desde siempre” y que, en todo caso, se encuentra “un poco” más arriba de la “media nacional”.
Luego, como se producen hechos de mayor gravedad, estos son reflejados en estadísticas comparativas; y entendidos por el gobierno y la sociedad como un “fenómeno” preocupante pero sobre el cual "se tiene control" o se "está trabajando en ello...".
Después pasa algo de tal gravedad que copta el máximo grado de atención, tanto de la opinión pública como de la prensa y, en algunos casos, también del gobierno y la oposición. Aquí, todos reaccionan inmediatamente, haciendo o “prometiendo” llegar hasta las “últimas consecuencias”; y manifestando la necesidad de una “política integral”, con métodos efectivos de prevención.
La inseguridad (y algunos de sus mejores socios –la impunidad, la droga, y la miseria, entre otros-), en todas sus vertientes, modalidades y niveles, ha recorrido este camino. En el país y en la provincia.
Hace unos cuantos meses, Jorge Alcántara, ex ministro de Gobierno, Justicia, Seguridad y Trabajo, (hoy sustituido de hecho por el Ing. Peppo), prácticamente fijó la posición del gobierno provincial, al decir que la inseguridad era, cuando más, sólo una “sensación”, y que la evolución de los índices eran favorables, en el sentido de que se tenían elementos suficientes para controlarla, y que la fuerza policial sería dotada de lo necesario para cumplir con su misión....
La realidad concreta, de público conocimiento por la propia difusión de los medios, muestra otra cosa: más allá de cualquier índice oficial (o incluso privado o pseudo privado), estos son desmentidos no por lo que la gente “cree percibir”, sino por lo que la gente “ realmente padece”: colectiveros y remiseros que temen, (y a veces no se animan), a entrar en un determinado barrio; trabajadores (en muchos casos de la administración pública), que son robados o pegados cuando salen a sus trabajos por las mañanas; gente que es asaltada a la salida de un banco, jóvenes y adultos que en un semáforo pierden, a punta de pistola, su bicicleta o su moto; comerciantes hartos de padecer reiterados atracos, con riesgo de vida de su familia y de su personal; arrebatadores oportunistas (cuyos actos son catalogados a veces como “delitos menores”, sin entender –en todo caso- que en ellos se está gestando el delito “mayor”); ancianos, que se las ingenian para colocar entre sus ropas íntimas la magra jubilación que acaban de cobrar; grupos de vecinos que se levantan a la madrugada alertados por otro que acaba de avisar que alguien está caminando por su techo; etc, etc.
Muchos meses han pasado desde aquella conferencia de prensa de Alcántara, donde todo “estaba” o “iba” a estar un poco mejor. La impresión es otra, porque la escalada de violencia ya no se conforma sólo con el robo (lo cual ya es grave y sucede todos los días). Ahora parece que se va por más. Se va por la sangre misma de las personas, haciéndose más notoria la desvalorización de la vida.
El muy lamentable caso del asesinato de Andrea Rodríguez, la jovencita de apenas 16 años, que encontró la muerte (probablemente por casualidad), tras una fiesta de recepción, parece haber sacudido a la opinión pública y al gobierno, en lo referente a la inseguridad. Pero al mismo tiempo es un signo del avance de la violencia.
Que la Cúpula Policial se haya reunido con la Dirigencia de la Cámara de Comercio, suena lindo y conquista. Yo mismo soy comerciante y he padecido 10 robos en 9 años (los dos últimos atroces, por cierto).
Pero es obvio que llamar a un número telefónico para informar de sospechas o hecho delictivos consumados, o recibir recomendaciones sobre cómo tener especial cuidado al ir al banco, no dejar demasiado dinero o valores en la caja, etc; no es sólo más que un “parche”.
Surgen tantas preguntas que resultaría abrumador intentar responderlas. En lo personal, me quedaría sólo con una: ¿Sería tan descabellado que el Ejecutivo (a través del cuerpo técnico que corresponda), diagrame un Proyecto de Ley Integral; que vaya a la Cámara; que sea tratado; que de dicho tratamiento se sancione no sólo una ley de “penas al criminal”, sino un plan estratégico y preventivo; y donde los legisladores anticipen su buena disposición a votar “favorablemente” un presupuesto anual que incremente la partida de recursos para asegurar la seguridad; y que consecuentemente, con el consenso de todas las fuerzas políticas, finalmente se active algo real, objetivo y eficaz, contra el horror de vivir con el corazón en la boca...?
Algunos me dijeron: esto nunca va a pasar... y tal vez estén en lo cierto, lamentablemente. De todas maneras una cosa parece clara: ni el oficialismo ni la oposición pueden mirar para otro lado...y si lo hacen....si miran pero no ven... todo indicaría que es realmente poco lo que les importa de la vida concreta de la gente y –seguramente- alguna vez, el dictamen de la historia se los sabrá reprochar.