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domingo, 30 de noviembre de 2008

Comunicación, Diálogo y Crisis *


Por Walter Edgardo Eckart

En términos simples, “comunicarnos” es hacernos “conocer” frente a “otras personas”, en lo concerniente a lo que pensamos (como ideales y convicciones), a lo que amamos, y a la manera que tenemos de ver la realidad en general. Y la comunicación humana, marcada por su dimensión “dialogal”, hace que nadie, en su sano juicio, hable al vacío sin esperar alguna respuesta.

Comunicarse, en efecto, es una mezcla de “expresar” (con palabras o gestos) lo que vivimos o creemos pero, al mismo tiempo, esperando ser “escuchados”, mientras estamos atentos a la “escucha y comprensión” de los demás.

Como nunca en los últimos años, tanto la comunicación interpersonal, la socio política o la mediática, parecen adolecer de una especie de “crisis” que, aunque en sí misma pueda ser dolorosa al momento de sobrellevarla, no por ello deja de constituir un signo de esperanza para el futuro, toda vez que el mismo concepto de “crisis” implica una especie de “depuración”, donde una persona o una sociedad desecha lo que no sirve y recupera lo que es valioso.


Algunos pocos ejemplos concretos (en términos mundiales) y sólo referidos al período 2001-2007 pueden ayudar a entender de qué estamos hablando:

Más del 47% de los procesos de divorcios, iniciados o ya concluidos, han tenido en “su origen” la perdida de la capacidad de diálogo entre los cónyuges, sin excluir, por supuesto, otros factores –igualmente importantes- que intervienen en el porcentual restante.

Más del 41% de los adolescentes que han presentados conductas inconvenientes (drogadicción, retardo en la madurez afectiva, disminución cognitiva, etc.), obedecen a la falta de un “acompañamiento dialogal y afectivo” por parte de los padres o personas “creíbles” para ellos. Aquí, es justo reconocer que algunas “condiciones especiales” contribuyeron definitivamente a tales resultados, como el “arrastre” de problemáticas similares por parte de la familia; como así también los estadios de pobreza, sub educación y marginalidad en los que viven.

Más del 28 % de los suicidios de personas de entre 22 y 45 años tienen por impronta la “imposibilidad” de no haber logrado –en su momento- una “comunicación adecuada” con su núcleo familiar (el de origen, o el que ellos mismos han constituido, o una mezcla de ambos); y la ausencia de respuestas existenciales por parte de referentes sociales (religiosos, políticos, etc).

En el ámbito mediático, más del 63% descree de la objetividad de los medios de prensa (globalmente considerados), por asumir que la selección de la información y / o comentarios de la misma, obedecen a intereses desconocidos y no responden a “un eje de convicciones reales”.

En el discurso político mediático, una amplia mayoría valora los debates pre eleccionarios entre candidatos (normalmente televisivos), pero critica y manifiesta molestia y cansancio, cuando se producen “cruces” por declaraciones o denuncias de dirigentes de signos opuestos, especialmente si estos son frecuentes, o si uno en particular se prolonga demasiado en el tiempo. En el mismo sentido, en cuanto al “estilo” de intervención mediática, tiene mayor aceptación el dirigente moderado, cuidadoso en sus palabras y con manifiesta vocación dialoguista, que aquel otro que sobresalga por declaraciones “explosivas” o sea un “denunciante crónico” frente a la opinión pública y sin convalidación jurídica.

De todos modos –y más allá de los números, relativos, por cierto- una cosa pareciera ser cierta y urgente de recuperar: la capacidad de reconquistar el diálogo interpersonal, social y político, a través de palabras y gestos genuinos, en el marco de la verdad, la reflexión, la diversidad ideológica y del sentido común, y no a partir de expresiones o ademanes carentes de contenidos, y viciados además por la falacia encubierta que, bajo apariencia de veracidad o rectitud, se proponen engañar al que escucha (sea un individuo, una sociedad, un país o el mundo entero).