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domingo, 19 de abril de 2009

Gobierno, políticos y nuestras vidas


Por Walter Edgardo Eckart
De muy pocos amigos recuerdo que hayan hablado con entusiasmo del rol de la filosofía como “instrumento orientador” de los procesos democráticos. Orientaciones basadas, por cierto, en la realidad de cada persona, de cada familia, de cada comunidad. Por el contrario, más de una vez tuve que escuchar frases como: “los filósofos están en la estratosfera...”; “Plantean cosas tan abstractas que no sirven para nada...”; “¡Que el filósofo piense y que el gobernante gobierne...!”. Pero con el paso del tiempo, es casi inevitable ver cómo la mejor expresión de gestión política es aquella que primero comprende el misterio de la persona humana, en lo que es y en lo que hace, y en sus múltiples facetas: como individuo, como parte de una sociedad, como dirigente político o como gobierno.... y recién luego bosqueja, a la manera de un croquis, lo que pueda ser mejor para ella.
Pero en fin. Aún a sabiendas de que pueda resultar tedioso, tomo a un autor, con el cuál no simpatizo precisamente (en especial por su visión bastante pesimista sobre el ser humano, al cual –inclusive- se le quita prácticamente todo horizonte de trascendencia), pero cuya crudeza, en la reflexión y en la expresión, tal vez pueda ayudar a quitar algunas vendas de los ojos.

En efecto, hasta hace poco más de una treintena de años, vivió un filósofo alemán, llamado Martín Heidegger (nacido en 1889 en la ciudad alemana de Messkirch, y fallecido en ese mismo país pero en la ciudad de Friburgo de Brisgovia, en mayo de 1976). Sin lugar a dudas causó una revolución entre los intelectuales de su tiempo: por su modo de ver al ser humano; por la crudeza con la que describe el destino de las personas; por el detalle que realiza de las trampas que éstas se hacen, en forma individual o colectiva, para poder soportar la vida; una vida tan fatídica que les resulta intolerable. Así, para Heidegger, el ser humano es básicamente alguien “echado en el mundo”, destinado a lo peor, ya que es un “ser para la muerte”. Y éste, como no acepta su destino, se “rebela” y crea una multiplicidad de fantasías para sobrellevar el trance de vivir.

Hay un libro de este autor escrito en 1927, bajo el título “Ser y tiempo” (Sein und Seit), donde diferencia dos aspectos consecutivos en la evolución de cada persona. La primera corresponde a la etapa en la que el individuo aún no se “da cuenta de lo qué es y cuál es su destino tenebroso”. A este individuo, lo llama “Dasein”. La segunda, hace referencia a la misma persona o individuo, cuando toma conciencia de si misma y del horror de su fin, que es la muerte. A ésta la llama “Das-man”: ella llevará a partir de entonces una “existencia inauténtica”, sumida en fantasías, donde todo será no sólo tolerable sino hasta seductor, aunque siempre seguirá siendo una forma de vida banal.
Heidegger, describe algunas características de la vida banal e inauténtica. Por ejemplo:
1)La persona manifiesta un marcado afán de novedades. Es como si saltara de una cosa a otra pero sin profundizar en ninguna. Se auto impone estar al tanto de todo lo nuevo aunque sin reflexionar en nada. Sólo quiere, por ejemplo, tener elementos como para presumir en una charla de amigos.

2)Hablar de las cosas sin comprenderlas. Es cuando siempre se repite lo que se dice y se oye, como por ejemplo lo relativo a la política, el deporte, la moda, etc. Aquí la persona repite las afirmaciones de otros, porque cree que si lo dicen los demás es porque “debe” de ser cierto; y como ella misma no investigó nada, accede a confiar y, lo que es peor, toma al otro como un modelo a seguir.

3)La ambigüedad. Es como la verdad a medias, y se hace presente mayormente en las conversaciones o discursos. Por ejemplo, cuando no prestamos la debida atención a un determinado tema y entonces no comprendemos muchas cosas; pero como tememos preguntar para no parecer incultos, callamos, sin siquiera imaginarnos que si no preguntamos... jamás romperemos el círculo que se forma con la falsa curiosidad y la charlatanería. O como el que dirige u orienta a las muchedumbres, que al hablar niega sus bemoles y fantasea con sus triunfos (reales o supuestos...)

Frente a esto, Heidegger sostiene que la existencia auténtica es aquella que desarrolla la capacidad de elegir dentro de sus posibilidades “reales”. Es la que acepta lo bueno y lo malo de la vida, y las responsabilidades implicadas según el rol que desempeña en la familia y la sociedad; por supuesto, con sus yerros y aciertos.
Ser lo que realmente somos, y no lo que nos gustaría o podríamos ser. En el fondo de eso se trata y, dicho en criollo, pareciera que nadie puede escaparse: ni el simple y sencillo trabajador, ni el más excelso de los gobernantes.

Todos, en más o en menos, tenemos un “Dasein” que busca transitar el camino hacia el “Das-man”, exponente fiel de lo no auténtico, de lo banal, de la hipocresía y de la mentira creída hasta por uno mismo, ya en el límite de la insensatez.

Y esto, en todo caso, no sería anecdótico sino más bien preocupante. Porque sólo en la medida en que alguien acepta su realidad, su “ser en el mundo”, su rol social y político; sólo en la medida en que descubre las consecuencias de ese rol que desempeña y sus consecuencias prácticas para él y los demás; sólo en esa medida, podrá conocer entonces los propios límites. Límites expresados en términos de vocación de servicio, derechos y obligaciones; y podrá también tratar de “vivir plenamente el transcurrir de la propia existencia”, sin que por ello se convierta en el obstáculo mayor para que los demás puedan hacer lo mismo: sea un padre de familia, un empleado, un político, un comerciante, un docente, un industrial, un legislador, un trabajador de la salud o... el propio gobernante como también su antinomia: la oposición...

La inmediatez del ritmo político, en un marco eleccionario demasiado próximo, ciertamente que no constituyen el mejor ámbito para la búsqueda de esta especie de utopía. Ya hay una historia escrita. Sin embargo, nada impide reflexionar hacia el futuro....